El cobarde anhela valentía.
El tímido, audacia.
El inseguro, aplomo.
Y los tres marchan por el sendero de baldosas amarilla, camino de Oz, en busca del mago que acabe con la injusticia que la naturaleza ha cometido con ellos.
Pero no hay más magia que la nace de uno mismo. Es en el cajón de sastre, en el bote de Pandora, en el recoveco más recóndito de nosotros mismos, donde tenemos que buscar aquello que creemos no tener sólo por no haberlo sabido encontrar o por no poseerlo en el mismo grado que otros.
Así de simple y de complicada es la cuestión. No es más que una partida de ajedrez en la que movemos tanto las blancas como las negras. Siempre se gana aunque se pierda (será que no se puede tener todo). La dificultad está en que en el tablero de la vida todos los escaques son grises. Es en medio de ese gris donde tenemos que encontrar el brillo amarillo del sendero que nos lleva a Oz, para desde allí, ganada la batalla, chocar los chapines rojos y volver a casa.
Eso es sólo el principio. El regreso no es más que el inicio: nadie se basta así mismo. Reunida la valentía, la audacia y el aplomo que precisábamos , aún queda un asunto pendiente: para estar completos necesitamos a otra persona. En esta partida solo movemos ficha desde un lado del tablero. El riesgo es mayor… cabe perder.